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LIBROS PARA NO DORMIR, la literatura y el miedo

Publicado: 2014-04-02

Cuando al director de cine y TV, Narciso Ibáñez Serrador, un lector y televidente le preguntó: “¿Encuentra usted algún valor positivo en los cuentos de miedo que nos ofrece a través de la televisión? ¿Cree usted sinceramente que la literatura de terror tiene algún mérito?”, el director respondió que: “sí…que los hombres necesitábamos del terror. Nadie es tan impresionable como los niños, que en la oscuridad de la noche se asustan de los ruidos, los murmullos, las sombras, hasta del mismo silencio. No, nadie se asusta más que un niño; por eso creo que los hombres a veces necesitamos del terror para asustarnos y sentirnos niños otra vez.” 

En la pregunta del lector se evidencia una preocupación de tipo ética: “¿Encuentra usted algún valor positivo…?”

Y es que siempre se ha considerado a la literatura de “terror” como el lado negativo de la sensibilidad, como una seudocategoría del género narrativo; y no como una expresión natural del carácter humano-artístico.

El lector de la pregunta asume que el arte es un difusor de las virtudes del ser humano; por lo tanto, un medio y no un fin. Y considera que los valores expuestos tienen que ser positivos para ser meritorios de difusión.

Entendamos algunas cosas. Para escribir una historia de miedo se necesita talento real y conocimientos precisos. Y no sólo literarios, sino también psicológicos (casi psiquiátricos) de la condición humana, de sus fragilidades y esperanzas, de sus creencias, temores y desbordes. De todo lo que nos hace susceptibles ante las fuerzas que desconocemos, o conocemos en demasía. Se necesita, igualmente, una corrección superior en lo narrativo para que esto no distraiga o desanime al lector, que, dicho sea de paso, es más aprehensivo con este que con otros géneros, debido a que el lector empieza a moverse en otro plano casi desde el inicio, sabiendo que una sensación “especial” lo espera, que no es precisamente la de catalogar calidades a la hora de adjetivar.

Así como el erotismo o el suspenso, el miedo necesita un clima adecuado para concebirse. ¿Será por ello que el talento literario de autores como Poe ha sido relegado siempre a un segundo lugar?, resaltando sólo el sentido anecdótico de las narraciones. Se recuerda el crimen, la locura, el rumor agobiante, mas no cómo se evidencian esas recreaciones en textos, en el pulcro y efectivo verbo literario.

Muchos, pretendiendo emular a los maestros, cayeron en el más absoluto de los ridículos por poseer estilos superficiales y sosos que vanamente intentaron sorprendernos. Esto lo olvidan a menudo los críticos, quienes convierten a autores de sobresaliente calidad en meros escritores de culto: un premio consuelo para los relegados al museo de los horrores.

Plumas brillantes como Cortázar, Borges, García Márquez, Horacio Quiroga, Chejov, etc., han escrito cuentos con esta mística

Entonces, una pregunta tan predecible como substancial: ¿Por qué buscamos el miedo? ¿Por qué vamos al cine o compramos novelas que nos asusten?

Es posible que busquemos el miedo para sentirnos completos. Aunque sea como un pasatiempo de fin de semana. Buscamos una forma de erizarnos en dosis controladas que nos permitan estremecernos de modo seguro. El miedo (susto) es uno de los sentimientos más primitivos y puros que nos sirvieron para estar alertas ante los peligros del medio. Ahora la gente, estresada con tantas prisas, busca una válvula de escape a su rutina. Busca algo que le haga valorar la luz de una mañana tranquila después de una noche con ruidos, apariciones y murmullos extraños salidos de un pequeño libro de cabecera.


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