La enseñanza del Derecho
Por Fernando Núñez / Cajamarca
El conocimiento tiene ansia de perennizarse, independientemente que no coincida en el mismo momento, en potencia y acto, buscar y encontrar la verdad. Maestros y alumnos deben a ella su certidumbre que el camino tomado en su búsqueda ha sido necesario.
Vida congelada dentro de una norma o vida en movimiento, adaptada a una norma, son algunas de las definiciones que se ha dado al Derecho, sin que se logre atisbar todas las consecuencias que la adopción de cada una de ellas trae a la vida del estudiante. El tiempo ha sido el partidor que separa lo superficial de la esencia de la carrera de Derecho, gracias a que está libre de las posiciones acomodaticias o sencillas del usufructuador del conocimiento legal, el mismo que a la pregunta de en qué consiste su profesión, está dispuesto a contestar, con cinismo, que su respuesta depende de lo que uno este dispuesto a pagarle por el precio de hacerle pensar. Poner a salvo el aula de clase de esta laya de personajes es tarea de las facultades de Derecho; porque si hay algo malo en él se debe a la errónea suposición, a riesgo que si se repite mucho puede volverse causa común, de que es quién encarna la profesión del abogado.
La Universidad es el lugar donde se cementan las potencias de lo que el estudiante de derecho era “antes de…”, por virtud o defecto, ser apología del hombre, y con él defensor a ultranza de su identidad profesional.
Realidad y mentira son las dos claves en las que se desenvuelve el porvenir de la sociedad, como el querer una sociedad justa y el que, si se sabe que no se vive en ella, creer que es perder tiempo luchar porque eso así sea. El poder de un hombre es inútil para convertir a la sociedad en un rebaño que se pueda ajustar a sus propósitos. Muchos, congregados en torno a un sofisma, en cambio, pueden establecer una ruptura en la realidad y pasar como bueno y beneficioso lo negativo e insalubre. La realidad cede a la ficción cuando los hombres prudentes dejan su lugar para que los ocupen los improbos e inicuos, aún si estos pueden exhibir un título oficial. En ese estado de cosas, las sociedades involucionan y retroceden fatalmente al estado primitivo en que la fuerza del más poderoso reemplazaba a la Justicia y la razón.
Precavidos los estudiantes, entorno a la fuente de donde las cualidades del espíritu humano han vuelto vivible y esperanzador el mundo que conocemos, las Facultades de Derecho son insignias de la dignidad humana. Como la sangre, de ahí el conocimiento fluye hacia la sociedad en forma de fuego porque ilumina, de fuerza porque alimenta, las mentes y cuerpos que forjarán un día el porvenir de la sociedad, en la medida que demanda la Justicia.