La Utopía arcaica
Por Raúl Zárate Chávez / Cajamarca
Elijo mi camino, sé que he de atravesar inmensos desiertos, densos bosques, noches de vigilia, murallas de desconfianza, alambradas de totalitarismos; a donde llegaré, no lo sé, empero elijo la senda de la verdad.
En el entramado de nuestra historia peruana, hay brillantes hilos que nunca fueron tomados en cuenta más allá de discursos oficiales. José Carlos Mariátegui fue un visionario que amalgamó todas nuestras razas para orientarlas a un devenir común. Gonzales Prada sostuvo que quienes arruinaron nuestro país fueron los caudillos tanto militares como políticos. Basadre buscó darle a nuestra patria una base de profundo significado histórico.
Todos ellos, entre otros, nos legaron las raíces de nuestra identidad, el verdadero rostro de nuestro país, la impronta a seguir. Sus discrepancias en torno a algunos temas no significa más que el derecho a disentir, la premisa mayor es que todos ellos partieron de un sentir colectivo y promovieron un desarrollo general. Es precisamente en este punto donde se origina la idea de un país de y para todas las sangres en abierta discrepancia con las políticas oficiales de cada época.
Imaginar a un próspero empresario hablando de la importancia social de la obra de Arguedas, como imaginar a un Presidente llevando a la práctica el legado de Mariátegui. Nadie mejor que estos escritores que cimentaron nuestra identidad, nadie mejor que ellos, los relegados por los gobiernos de turno; la utopía arcaica no es de Arguedas es de Vargas Llosa.
Nuestra patria es un lugar donde a la verdad se la troca en mentira y lo oficial pretende aparentar pasar por lo real, asumo lo real y verdadero, lo real maravilloso es propio de la invención literaria, los artículos y ensayos aspiran a reflejar la realidad tal cual es.